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Un estudio de la Universidad de Carolina del Sur confirmó lo que más de uno sospechaba: y es que para los colombianos el hacer fila genera una satisfacción particular. Pero lo que sí sorprendió, y que revelaron los expertos a cargo de la investigación, es que el grado de placer que produce supera al del coito.

El trabajo científico tuvo su origen hace tres años cuando el investigador del departamento de biosociología aplicada, Marty McFlinn, visitó por unos días el país. «Me sorprendió, por ejemplo, ver en una calle cinco restaurantes, cuatro vacíos y uno lleno con fila de hasta un kilómetro. Entonces me dije: aquí hay algo anormal, debes averiguarlo, Marty».

«Me terminé de convencer ese fin de semana cuando salimos a las afueras de Bogotá y vi el caso de una familia que hizo fila en su vehículo por tres horas para entrar a un lugar que llaman ‘El Tambor’ para compartir entre todos un mazorco. Los vieras, estaban todos eufóricos, plenos. El padre me confesó que al terminar la fila, de la tristeza no se comieron el mazorco (sic)».

Entonces comenzó una larga investigación que hoy da sus frutos. Esta incluye un enfoque multidisciplinar. «El gran secreto de la cocina colombiana en auge últimamente no son los ingredientes, es la fila. Me explico: una hora de fila, de ansiedad, de expectativa, libera una serie de sustancias en el cerebro que potencian la experiencia del gusto. Así, un pedazo de carne que te comes sin fila sabe a una cosa, pero tras una hora de fila sabe a gloria, ahí está el ingrediente secreto. Y bueno, el cerebro aprende que sin fila no hay placer, entonces te conduce siempre a hacerla», explica el gastroneurólogo peruano Pedro Marquetino-Fing.

La antropología también tuvo algo que decir. Martina Vitela, antropóloga peruana que hizo parte del proyecto concluye: «Con el tiempo, la fila se ha convertido en un pilar de la cosmogonía colombiana. Los colombianos hacen fila porque fue lo que hicieron sus padres, abuelos y bisabuelos. Es su manera, particular, y difícil de entender para nosotros, de establecer una comunicación con el cosmos, de acompañar el tránsito solar que vuelve a dar sentido a la existencia y de sentirse en contacto con sus ancestros. Otras culturas hacen sacrificios, danzas, ritos varios,  los colombianos hacen filas y eso hay que respetarlo».

Y es que a tal punto ha llegado el fenómeno, que abrió en Europa un servicio de alquiler de colombianos para hacer filas. «El ecuatoriano, el peruano y el boliviano son flojos para la fila. La ven larga, se aburren y se van, así les estén pagando.  Del venezolano ni te hablo, la ven y, con razón, les activa toda clase de traumas.  En cambio el inmigrante colombiano es ideal para la fila, porque además de la satisfacción de la retribución económica, le encuentran un gusto poderoso al tema que no hemos logrado explicar. Muchos vienen a pedirme que si no tengo algunas filitas para ponerlos a hacer y que no importa, que no les pague, que no pasa nada, me dicen», explica Manuel Roncés, español a cargo del negocio.

Pero la conclusión más sorprendente corrió por cuenta de Lucas Maldonado, neurocientífico bogotano y uno de los miembros del equipo investigador: «El gusto por la fila es la consecuencia lamentable de siglos de maltrato familiar y por parte del Estado. Así como el que ha sido maltratado, maltrata, pues la fila es una manera de contener ese maltrato hacia otros y ejecutarlo sobre sí mismo. Es la manera que el inconsciente encuentra para tramitar vivencias traumáticas vividas y heredadas y se convierte en algo sadomasoquista. Y sí, produce placer, nuestras mediciones nos dan que la cantidad de endorfinas liberadas por el cerebro de un oficinista bogotano promedio mientras hace fila en Wok supera las que libera en una hora de erotización. Entonces sí, hay evidencia científica para concluir que los colombianos prefieren a hacer la fila al amor, es una lástima, pero así es».

Foto: @El_Fotis

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