Publicado el por en Bogotá.

Un hecho curioso tuvo lugar ayer en la ruta B16 del sistema de transporte masivo de la capital. Siendo las 6:45 de la tarde, a la altura de la estación Salitre-El Greco, un joven estudiante cuya identidad no ha sido revelada abordó un biarticulado que cumplía con tal servicio. Este se encontraba, como es costumbre, al borde del sobrecupo. Todas sus sillas habían sido ocupadas al comenzar el recorrido en el portal El Dorado.

Milagrosamente ‘alguien que emanaba una energía reáspera y que iba sentado me miró fijamente, sin decir nada yo sabía que me llamaba. Me acerqué y se paró: me había dejado la silla. Me senté y cuando quise volver a pillarmelo ya no estaba. Yo creo que era un ser de luz. Uno de esos ángeles en los que cree mi tía Esther».

Fue tal la felicidad del joven que, según relatan testigos, comenzó a emitir un sonido de índole cuasigutural idéntico al ronroneo de los felinos. «Ese man estaba recontento y no se daba cuenta pero le juro que ronroneaba como mi gato a la madrugada».

«Eso dicen, yo solo se que estaba feliz y es lo único que me importa. Lo demás, que hable la gente me vale tres».

Jorge Casilinas, etólogo de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Nacional se refirió al asunto:

«Cada vez es mayor la convivencia entre seres humanos y felinos menores en conglomerados urbanos. Que unos y otros adopten conductas por la vía de la replicación adaptativa es algo previsible. Y es de doble vía: ya tenemos registros de gatos bogotanos que se encuentran con compadres y les preguntan que cuándo almuerzan cuando en realidad no tienen ninguna intención de hacerlo».

 

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