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El drama de miles de jóvenes urbanos que viven solos y que se han visto obligados a tener un gato se hace cada vez más visible.

Distintos testimonios que han salido a flote dejan claro que son miles los que lo sufren en silencio. Sobre todo aquellos en situación de alternatividad cultural y condición paralelidad de patrones y paradigmas estéticos de consumo.

‘Sí, solo tomo kombucha cultivada en casa, todo el gluten que le quito a mis comidas se lo doy a los señores de la calle, hago minga mensual con los del edificio en lugar de pagar administración, me trasquilo juiciosa la capul, tengo huerta vertical detrás de la nevera, en el cumpleaños que le organicé a mi sobrina los niños hicieron su propio bowl de ensalada y regalamos alcancías de Peppa Pig pero de barro, todo, todo, pero aún así, debo confesarlo, tengo ese puto gato porque me toca. Me despierta tres veces por noche, ooodia que yo medite y cada que traigo un man le orina fijo los boxers. No perdona. Es una mierda, pero hay que tenerlo, toca, no se podría descompletar así el personaje. ¿O es que imaginas verme a mi,  parchando por el Park way con mis bolsas de tela, en la bici  y, di tu, un golden retriever? Te confieso: es lo que más quiero en la puta vida, así como daría ya mi reino por una big mac en el McDonald’s de la 140 pero no puedo, no puedo, llevo diez años construyendo este personaje, ¿entiendes?’, explica ‘Sofía’*, que representa la tragedia de miles como ella.

El tema es tan grave que en el último Congreso de la asociación colombiana de psiquiatría y psicología tres ponencias coincidieron en que puede hablarse ya de una patología. ‘Es la de quienes llevan una doble vida: expresan plenitud y armonía total con su gato en las redes pero en el fondo albergan un profundo rechazo a él que con frecuencia da lugar a impulsos felinicidas», explica el siquiatra Fernando Marín.

Una fuente que labora en la aplicación Rappi aseguró que vienen en ‘impresionante aumento’ los casos de usuarios que como rappifavor piden al rappitendero ‘recibir ese malparido gato y ver qué putas hace con él’.

Otro conocedor del asunto confirma lo anterior y añade: ‘mire: el combo completo es: consiguen el gato, lo tienen un tiempo y le toman suficientes fotos con distinta ropa -el dueño o la dueña- en distintas locaciones y luego se lo entregan al man de Rappi. Y para que nadie sospeche montan el show del drama de que se les perdió, así, de paso, refuerzan su presencia e imagen de personas empáticas con los animales en redes. Es una vuelta redonda, un gana-gana en donde solo pierde el pobre animalito’.

Tan preocupante es la situación que ya ha dado pie a acciones por parte de las instituciones. Este portal pudo establecer que se prepara proyecto de ley de iniciativa gubernamental tendiente a desmontar esta obligación a largo plazo. De aprobarse, los primeros gatos albergados por obligación comenzarían a abandonar sus hogares en marzo de 2034.

*Nombre cambiado para proteger su identidad.

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