Publicado el por en Economía, Innovación, Tecnología.

Rappi, La empresa icónica de la economía naranja que siempre sorprende con sus desarrollos tecnológicos, se ha visto cuestionada sobre la veracidad de su última y publicitada innovación: los robots que entregan domicilios.

Todo por cuenta de María Eugenia González, quien después de recibir un paquete de doce mascarillas, desenmascaró a un pequeño mayor de edad con acondroplasia que se escondía en un robótico cascarón de acero y aluminio.

La señora González, narró así los hechos:

“Yo había pedido un domicilio porque necesitaba unas mascarillas y también, tengo que decirlo, porque quería conocer a un robot en persona. Qué ironía. Cuando abrí la puerta no podía creer el espectacular robot que me alcanzó el paquete de mascarillas. Me quedé sin saber qué hacer; ¿debía o no agradecerle? porque, como entenderán, era una máquina, y yo no tengo ni la costumbre ni la confianza de darle las gracias a la licuadora o a la aspiradora, pero al ver el buen servicio, me atreví y me lancé: Gracias. Hasta ahí todo iba bien y nada despertaba sospechas. La apariencia y el movimiento del robot eran perfectos, como en las películas, pero entonces, el educado robot me respondió con… -como decirlo sin ser clasista – ese acento tan propio del bogotano callejero y necesitado: De naa mi ñora.”

Entonces dije: aquí hay gato encerrado o bueno, mejor, enano encerrado. Y entonces fue cuando se abrió la carcasa y salió Jairo Anibal Hortua, un pequeño y amable señor de 120 centímetros.

Es una estafa, grité. Afortunadamente el señor Jairo, muy educado y en un tono muy tranquilizador comenzó a reivindicar su derecho al trabajo con argumentos, cédula de ciudadanía ampliada al 150%, código sustantivo del trabajo y constitución en mano.

No tuve qué decirle, me convenció de una, y, sin pedirle explicación de por qué salía en día par siendo hombre, me respondió con una declaración juramentada y debidamente autenticada en la que se aclara que su género, apetitos y gustos sexuales, abarcan toda la especie humana e incluso seres de otra galaxia en caso de que los hubiese, seres además de los que le gustaba disfrazarse.”

Este medio pudo entablar conversación telefónica con el señor Hortua, que manifestó que: “Ser robot era mi sueño desde cuando estaba chiquito, o sea, más chiquito. Me tramó resto saber qué dentro de Arturito había un actor de talla baja. Claro, era un sueño imposible, más allá del Halloween. Siquiera aparecieron los de Rappi y se nos abrió la oportunidad laboral a mí y a otros compañeros. Pequeños sí, pero grandes de corazón.

Aunque la práctica ha despertado alguna desconfianza sobre el gremio de los domiciliarios tradicionales que temen que los robots enanos los reemplacen, la verdad es que no hay ningún impedimento legal que prohíba que las personas trabajen metidas en cascarones de hierro y aluminio, y como bien dice Jairo Anibal: “Que los altos dejen de joder, ni que nosotros fuéramos diferentes, ¿o es que acaso tenemos algún tipo de seguridad social? ¡Pirobos!

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