Publicado el por en Miscelánea.

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Los Espitia Arroyave se despertaron temprano el domingo. Estaban muy emocionados de cumplirle al país y a la democracia. Vestidos con sudadera y zapatos cómodos, como dictan los cánones electorales,  papá, mamá, abuela y los mellizos se montaron en la minivan listos para salir a cumplir con el sagrado derecho del sufragio.

-¿Y dónde almorzamos después?, preguntó Luz Stella Arroyave. -¡Votemos!, dijo Gerardo Espitia, yo voto por un buen pedazo de carne.

-Noooo, chillaron los niños Marianita y Juan Esteban. Vamos a McDonalds que la caja feliz tiene juguetes de Mi pequeño Pony y Ben 10.

-Ustedes siempre con lo mismo, reclamó Luz Estela, yo quiero algo light, una ensaladita de Crepes. La abuela, dormida en la bodega, guardó prudente silencio.

«Por sugerencia de Gerardo todos pusimos nuestro voto por escrito en una gorra», cuenta Luz Estela, pero a pesar de ser cinco personas en el carro, seguían apareciendo seis votos. Uno a nombre del papá de Gerardo que se murió hace ya un año.

Pasadas casi dos horas, el carro de la familia Espitia seguía sin arrancar. «La cosa se puso fea», declaró Juan Esteban ante el comisario de familia. «Mi papá y mi mamá se estaban insultando, se dijeron cosas horribles el uno al otro que nos hicieron sentir muy mal».

«Papá trató de convencer por su lado a Juan Esteban», cuenta Marianita, «le dió un billete de 10.000 a Juanes con tal de que él apoyara el pedazo de carne. Mi mamá se dió cuenta y empezó a generar terror con las consecuencias de la comida chatarra en niños cómo yo». Juan Esteban le creyó los argumentos y cambió su voto pero yo estoy firme con mi decisión yo quiero unos nuggets y una princesa Pony.

A las 4:00 pm se anunció en radio que las mesas de votación se habían cerrado. La familia Espitia Arroyave, que amaneció con las mejores intenciones no logró ponerse de acuerdo. Frustrados salieron del carro y volvieron a la casa donde calentarían unas sobras de comida china del día anterior.

La mañana siguiente los porteros del edificio encontraron a doña Lucila Espitia, abuela, olvidada en la bodega de la minivan, sofocada del calor.

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