Consternado se encuentra el país político y científico tras la confirmación de la existencia cada vez más extendida de un ácaro que ataca las camionetas blindadas encargadas de proporcionar seguridad ontológica a cientos de miles de patrones y doctores del país.
El asunto es tan serio que el Gobierno ha considerado dedicar buena parte del monto que iba ser destinado a la preservación de especies y ecosistemas a contrarrestar este aterrador fenómeno.
Se trata de una extraña mutación de la especie Lepidoglyphus destructor. «Todo indica que un individuo bebió por error un poco de aguardiente, al parecer en Maicao, y eso desencadenó el proceso», explica Esteban Suárez-Montegallo, biólogo de la Universidad de los Andes que ha investigado el problema. «El país puede seguir adelante sin osos de anteojos, pero de ninguna manera sin Toyotas Prado».
«Es grave, desde acá lanzo una voz de alarma. Esto nos puede llevar al descuadernamiento total, estamos en el borde del abismo: un país que se ha construido sobre el estilo de vida que supone andar raudo y avasallante en uno de estos vehículos no los puede perder todos en un lapso tan breve, sin margen de adaptación».
En cuestión de días el ácaro ataca el sistema de refrigeración de los vehículos, así como el de inyección de combustible para por último ensañarse con el negro de los vidrios, dejando a sus ocupantes expuestos al escrutinio de los transeúntes, algo que a su vez está desencadenando preocupantes cuadros de ansiedad y depresión entre ellos.
Pero la amenaza va más allá: el ácaro también se ensaña con los conductores y escoltas, convirtiéndolos súbitamente en personas con altos grados de empatía, capaces incluso de ceder el paso a automotores más pequeños al mando de señoras con bebés.
De no hacerse nada, es muy posible que en cuestión de uno o dos años funcionarios y polémicos personajes tengan que repensar su movilidad. «Ver a un funcionario en el puesto de copiloto de un Logan o en una motico eléctrica es ciertamente lo más cercano al apocalipsis que puedo imaginar», concluye Suárez-Montegallo, visiblemente preocupado.