Amarga resultó la visita del reconocido gurú indio Ravi Shankar a la capital, toda vez que una serie de contratiempos lograron por primera vez en su vida, según él mismo reconoció, sacarlo de casillas.
Según fue posible establecer, el primer inconveniente del visitante ilustre tuvo lugar inmediatamente llegó al aeropuerto El Dorado en la mañana de ayer. Allí fue acosado sin piedad por conductores de taxis «piratas». Siguiendo el consejo que había recibido de los organizadores de hacerles caso omiso, tomó uno de los autorizados que desde el primer instante se negó sistemáticamente a encender el taxímetro, no obstante los amables y compasivos pedidos de Su Santidad. Alterado, el taxista le pidió que se bajara del vehículo, dejándolo en el separador de la avenida El Dorado.
Aún sonriente, recordó a su amigo colombiano en Londres que le había dado una tarjeta roja de Transmilenio con saldo «just in case». Con ella en la mano se acercó a la estación Modelia del sistema. Allí, luego de explicarle al auxiliar bachiller de turno que no, que no era un «hare krishna» y que tampoco era su intención vender inciensos, comprobó que la tarjeta no le servía en esa estación. En la ventanilla, con su precario español explicó su situación solo para que le dijeran que con gusto podía tramitar su tarjeta tullave en el Portal El Dorado, siempre y cuando llevara una fotocopia de su cédula ampliada al 150% y fotocopia de un recibo de servicios públicos.
Luego de un breve ejercicio de respiración exprés, recuperó la sonrisa cuando una joven con gafas de marco grueso que vestía ropa de su abuela y portaba un gato en un guacal lo reconoció y luego de pedirle que le impusiera las manos le permitió ingresar.
Dicho inconveniente hizo que llegara tarde al hotel donde iba a descansar unas horas antes de la conferencia. Allí ya lo esperaba una de las organizadoras, Beatriz Casas, señora elegante, maestra de Batik, socia del club de yoga, reiki y meditación trascendental de Anapoima, quien sin siquiera saludarlo le dijo «apúrele, trépese al carro que tengo pico y placa, nos toca volar».
Sereno aún, su paz comenzó a mermarse con el estridente chirrido de los frenos de las motos combinado con el de las alarmas de los carros. Para ello aplicó un mantra especial, que funcionó a medias y cuya aplicación se prolongó mucho más de lo debido pues, ya en pico y placa, terminaron metidos en un fuerte trancón en la calle 94. «Es por el maldito deprimido», afirmó, acelerada, la dama que lo llevaba, «Someone’s depressed? I can help», complementó un ingenuo Ravi, comentario que solo ayudó a exasperar aún más a su anfitriona.
La agresividad implícita en la reacción de Casas logró sacar ligeramente de casillas al invitado, quien prefirió guardar silencio. El mismo que conservó durante la angustiosa espera en medio del embotellamiento. Y es que el el evento comenzaba a las 7:00 PM y ya eran las 6:45. Ante la premura, le pidió prestado el celular a la distinguida señora con la idea de publicar un tuit ofreciendo luz y excusas por la demora, pero esto no fue posible pues el plan de datos ilimitado del aparato se acababa de agotar. En cualquier caso, no había señal.Y, para colmo, al intentar la conexión con la ventana abierta fue rápidamente rapado por un ladrón. «Quién le manda usarlo», respondió un policía que escoltaba a una personalidad.
Esto último exasperó, ahora sí, a Shankar, quien llegó al hotel donde tendría lugar su presentación en un estado de exaltación y con un ritmo de respiración que ninguno de los presentes le había visto antes, según aseguraron varias fuentes. No sabía que la hora de inicio igual ya había sido aplazada debido a un inesperado corte en el servicio de electricidad que Codensa explicó con el argumento de un «mantenimiento de rutina».
Sin mayor convicción y mostrando escasa mística, según coincidieron los asistentes, despachó su discurso en menos de una hora. Y la gota que derramó la copa vino en las preguntas, cuando, haciendo uso del primer turno, una joven le preguntó: «Maestro, ¿ya probó el ajiaco?», a lo cuál este respondió «Go fuck yourself, would you?» para inmediatamente, luego de regar el vaso de agua, abandonar la tarima.
Minutos después regresó solo para explicar que por primera vez había sentido eso que sus discípulos llamaban estrés y que, dada la novedad, no había sabido como reaccionar y le atribuyó a su niño interior la agresividad. En mejor ánimo dijo que estaba infinitamente agradecido con Bogotá por permitirle ir aún más allá en su senda de autoconocimiento.
Una «buena vibra» que se evaporó minutos después cuando una asistente de las organizadoras lo abordó para decirle «ay corazón, figúrese que la cuentica de cobro que me pasó no se la puedo recibir porque no tiene el consecutivo y además el RUT no me lo trajo actualizadito. Y ya que la va a volver a entregar aproveche y la fotocopia del pasaporte que sea ampliada al 150% ¿sí mi amor?».
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