Es bien conocido que la privacidad ha sido la primera víctima del auge de las redes sociales. Sea por voluntad de los usuarios o por desconocimiento de las normas de estos ámbitos virtuales, cada vez son más los aspectos de nuestra vida íntima que quedan expuestos.
Esta realidad ha permitido el auge de una práctica cada vez más común conocida coloquialmente como stalkeo que es como se le denomina al acto de esculcar en los diferentes perfiles de una persona por la cual se siente algún tipo de atracción.
Pero no siempre esta acción es inocente. Son muchos los casos en los que se convierte en peligrosa obsesión con implicaciones que pueden ser siquiátricas e incluso penales. Esto lo saben muy bien las autoridades suecas que acaban de tramitar con éxito en el parlamento un proyecto de ley que pone límites al fisgoneo 2.0, como otros lo denominan.
Si bien no lo prohíbe, sí le pide a las empresas proveedoras de Internet llevar un minucioso registro de las actividades de sus usuarios que permitan regular esta costumbre. Entre otras, dispone que cada persona solo tendrá autorización para consultar el timeline de Twitter y el perfil de Facebook de otro usuario cinco veces por semana. Así mismo solo podrá hacer tres búsquedas al mes Google de su nombre.
La norma obliga también a Twitter a activar un botón de pánico en los mensajes directos, de tal forma que si a un usuario le llega una comunicación de este tipo de un stalker y no desea recibirla, puede hacer clic en él. Al proceder así, el que lo envía recibe un insulso «ja ja ja» como respuesta mientras que las autoridades inmediatamente son avisadas.
Por último, un artículo de la norma, que desde ya ha generado protestas de colectivos como Anonymous, dispone que todos los suscriptores deben instalar en sus computadores un software que envía una alerta a la Policía del uso repetido de interrogantes como: «¿Estudias o trabajas?, ¿De qué signo eres?¿Me das tu pin, bb?»
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