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Un caso que podría calificarse como de «síndrome de Estocolmo redefinido y actualizado» tuvo lugar en días pasados cuando un joven periodista de un medio digital colombiano terminó seducido por las condiciones laborales de las empresas de confección textil asiáticas que originalmente debía denunciar.

«Yo venía que dizque a boletearlos, pero qué va, a los que hay que boletear es a mis jefes. Esta gente está en la requetebuena», afirmó el joven comunicador.

«Solo trabajan de seis de la mañana a ocho de la noche -a mí me toca de cinco a once-, pueden pararse a tomar agua hasta dos veces al día, tienen pausa activa una vez al mes y el concentrado que les dan es premium, con verduras y calcio. Pero lo mejor: les pagan a fin de mes sin importar si cumplieron la meta de visitantes únicos o no, una chimba».

Ante la decisión de su empleado, sus jefes han dicho que es irrelevante señalando una (imaginaria) «fila de tres cuadras» de jóvenes listos para asumir su labor, «deseosos todos que les den una oportunidad».

Por lo pronto, el periodista desistió de comprar -con sus propios recursos, ya que la aerolínea no le recibió ‘la oportunidad’ como forma de pago- el tiquete de regreso y trabajará dos años para pagar el de ida, que todavía debe.

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