Publicado el por en Bogotá, Judicial.

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Los recientes ataques de furia de vigilantes de conocidos supermercados bogotanos hacia desprotegidos consumidores han dejado al descubierto un hecho que hasta hace poco no era más que una leyenda urbana: la existencia de un club de peleas clandestinas conformado por celadores.

Al igual que en la famosa película de 1999, la regla número uno del club bogotano es «no hablar del club de la pelea», lo que hace muy difícil confirmar su veracidad, más cuando la segunda es «al que se ponga de sapo lo retenemos el documento». Sin embargo, uno de los miembros de esta organización, a quien llamaremos Dairo Durán, confirmó que esta comunidad existe desde al menos cinco años, pero que hasta ahora se ha podido conocer, debido a la falta de discreción de sus integrantes.

«Es una forma de ‘desestrese’ (sic), la profesión de uno es muy dura, aguantando abusos de todo el mundo, darnos en la jeta nos deja desahogarnos», dice Alirio, quien ya ha perdido varios dientes y dos novias a causa de su afición por las peleas. «Nos reunimos en galleras y campos de tejo, es mejor cascarnos entre nosotros y no pegarles a los clientes, como han hecho algunos de los compañeros».

Además de varios codazos, Durán nos dio algunas pistas para saber si el inofensivo celador de nuestro edificio o tienda más cercana podría ser miembro de esta comunidad, cada vez más numerosa.

  1. Se duerme en el puesto de trabajo. Es una alerta de que su intensa actividad física nocturna lo tiene agotado.
  2. Se la pasa pegado a un radio de pilas. ¡Cuidado! El club de la pelea tiene una emisora clandestina en A. M., en la que se anuncia en clave los sitios de reunión.
  3. Llega tarde al puesto de trabajo. El trasnocho y el cansancio, producto de una golpiza, hacen difícil cumplir con los horarios.
  4. Abuso del verbo «colaborar». Si su celador le dice con frecuencia «me colabora con la salida» o «colabóreme con la filita» es mejor que guarde distancia. El verbo colaborar es un término usado en clave para invitar a salir a pelear a la calle.
  5. Recurrentes solicitudes de préstamos. El tener múltiples líneas de crédito abiertas con personas que habitan o laboran cerca a su lugar de trabajo es indicador de que el salario no les alcanza para gastos como  el desplazamiento al lugar del combate o el merthiolate y la gasa que demandan las heridas.
  6. Agresividad injustificada. El aumento en los niveles de testosterona después de un combate a puño limpio convierten al guachimán más apacible en una olla a presión a punto de estallar.

Es precisamente el último punto el que ha desenmascarado públicamente a algunos de sus miembros, por las repercusiones en redes sociales de su comportamiento durante su trabajo. Los celadores pueden volverse tan irritables que ya no se les puede nombrar la madre ni humillarlos tranquilamente refiriéndose a su salario, como se acostumbraba en Bogotá hasta hace poco, sin que reaccionen con violencia.

Fuentes de la Policía han manifestado que «no teníamos ni idea de estos clubes, lo que demuestra lo bien escondido que lo tenían. Vamos a iniciar las investigaciones exhaustivas correspondientes, antes de que se nos vuelvan tan violentos como los taxistas».

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