El Presidente, Iván Duque, con todo el amor que le tiene a su país, a su folklore y, especialmente, a su gastronomía, ha tomado de forma literal y sin vacilaciones la recomendación del Banco de la República: “Presidente, hay que fortalecer el peso”
De su obediencia son testigos todos los colombianos que han visto como el primer mandatario mantiene su peso al alza, gracias a los talleres Comiendo país, que le permiten recorrer la geografía nacional, acompañado de cuanta butifarra, empanada, arepa, tamal y/o chorizo se le atraviesan.
“¿Cómo no vamos a fortalecer el peso, si vivimos en un país rico en grasas saturadas, pluridiverso en carbohidratos y multicultural en calorías?” Manifestó el Presidente, mientras desaparecía una bandeja de carimañolas en su reciente visita a Barranquilla.
Pero en economía siempre hay espacio para las interpretaciones. Algunos analistas han notado un efecto contrario, pues afirman, que mientras el peso de Duque sube, el peso colombiano frente al dólar va cuesta abajo.
Aun así, los funcionarios del gobierno defienden la labor del presidente, argumentando que, si su apetito sigue en aumento, se disparará el consumo interno, creando un efecto de economía de escala a la naranja, pues al repartir el presupuesto de la Casa de Nariño entre hipermercados, fritanguerías, piqueteaderos y pequeños cultivadores de papa, más personas recibirán ingresos.
Según cálculos del DANE, a final del año, cuando el dólar alcance los 4.000 pesos, el Presidente Duque habrá alcanzado la talla XXXL. Razón por la que los uribistas más vehementes, a quien el presidente ha decepcionado por tibio, proponen desde ya que el mandatario realice en Medellín su último y más grande sacrificio : ofrecerse a sí mismo despojado de vestiduras y con una manzana en la boca, por la tierra que tanto ama y por el bien de la patria.