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Arte colombiano desde el autoexilio. Son muchos los artistas que se han radicado permanente fuera del país a lo largo de la historia, pero quizás nunca antes en un número tan amplio como en el siglo XXI.

Por Jaime Cerón

Una de las ideas que paulatinamente cobró valor hacia finales del siglo XX, es la relación altamente significativa entre las prácticas del arte y los territorios donde tienen lugar. Es una noción que parece desafiar o más bien desobedecer las concepciones hegemónicas que sostuvieron la idea de arte moderno durante casi todo el siglo XX, que se basaban en la creencia en un arte universal, ahistórico y acultural que se resistía a toda forma de historicidad, contingencia o particularidad. Sin embargo, los conflictos culturales que trajeron consigo las diferentes corrientes artísticas que dieron forma al arte moderno, que ese inocente universalismo no era más que una forma de hegemonía por lo que fue posible para los y las artistas pensar y trabajar de otra manera.

Durante los dos últimos siglos de historia del arte en Colombia se han analizado las implicaciones que pueda tener el hecho de que artistas colombianos emigren hacia otras latitudes para desarrollar su trabajo. A finales del siglo XIX la ciudad de París parecía el foco de atracción de los artistas, pero en las décadas siguientes fueron uniéndosele otras como Londres, Nueva York, Madrid, Barcelona y Berlín. Las motivaciones de estas migraciones a lo largo de este tiempo no han sido las mismas, dado que las posibilidades de circulación internacional de un artista colombiano en el siglo XIX no pueden siquiera compararse con las que ofrece el siglo XXI. Solo basta con hacer una comparación entre las décadas que iniciaron en 1990 y en 2010 para contrastar la asimetría de los programas de becas de estudio o de residencias artísticas, que eran casi inexistentes en los noventa y que parecen enteramente boyantes actualmente.

Durante poco más de un siglo los artistas colombianos únicamente pudieron viajar si los recursos económicos de sus familias se los permitían. Fue con el surgimiento de algunos programas para realizar estudios de posgrado en arte, que comenzaron a ofrecer países extranjeros en Colombia que artistas de otros segmentos económicos o sociales comenzaron a circular. Luego vendrían estímulos gubernamentales como las Becas Jóvenes Talentos del Banco de la República –que comenzaron a otorgarse desde mediados de los ochenta– que dejaron vislumbrar la necesidad de implementar una política de estímulos a la circulación de artistas colombianos que ha avanzado lentamente desde entonces. Sin embargo el horizonte de sentido de todos los programas que han surgido en Colombia en este sentido, buscan que los artistas circulen por periodos de tiempo cortos o de mediano plazo y que luego retornen al país y multipliquen su experiencia con otras personas.

Aunque se trate de una estancia corta o de mediana duración, siempre es posible que emerjan factores adicionales al motivo original del viaje que hagan que se extienda hasta el punto de llegar a ser permanente. Son muchos los artistas colombianos que se han radicado permanente fuera del país a lo largo de la historia, pero quizás nunca antes en un número tan amplio como ha ocurrido en el siglo XXI, al punto que en un momento dado se hablaba de Barcelombia y luego de Berlinombia (por mencionar tan solo dos de los varios polos de atracción de los artistas contemporáneos).

Dentro del alto número de artistas que viven y trabajan fuera de Colombia Arcadia ha seleccionado cuatro que por su héterogeneidad pueden dar cuenta de las razones que hacen un artista decida vivir y trabajar fuera del país y de las implicaciones que decisión puede generar en su obra. Dos de estos artistas habitan en Estados Unidos, uno en México y otro en Noruega. Sus edades oscilan entre los 35 y los 44 años y sus carreras, entre los 15 y los 20 años de trayectoria en el campo del arte. En todos los casos la realización de estudios formales fue un detonante para el viaje, aunque fueron otros los factores que determinaron que se hayan quedado viviendo en los países y ciudades que eligieron.

De estos cuatro artistas los que viven en Estados Unidos son Carlos Motta, en Nueva York y Carolina Caycedo en Los Ángeles, Andrés Orjuela vive en Monterrey Pedro Gómez-Egaña vive en Oslo.

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Carlos Motta viajó a Nueva York cuando tenía 18 años, para estudiar fotografía en la School of Visual Arts. La distancia geográfica con el país le permitió ver otras dimensiones de los conflictos políticos y sociales que ha atravesado tanto el país como América Latina que se matizaron por el hecho de ser un inmigrante latino en Estados Unidos que le permitía establecer una relación mas problematiza con las “grandes narrativas de violencia social y política en esa región” como el mismo lo dice.

Por las anteriores razones quiso acercarse “críticamente al discurso de la democracia para comprender cómo ese sistema de gobierno que es generalmente considerado idóneo, ha sido en el contexto latinoamericano y particularmente durante la Guerra Fría, un pretexto político para la expansión imperial de los Estados Unidos en contra del comunismo”. A Motta le interesaba “contrastar los valores del capitalismo y del neoliberalismo con los de la democracia –siempre entendida como un sistema político social, incluyente e igualitario– y revelar cómo la democracia que vivimos en Latinoamérica es una construcción conscientemente manipulada por los poderes dominantes tanto extranjeros como locales”. En las obras que desarrolló de acuerdo a estos intereses, que fueron configuradas a partir de videos, fotografías, publicaciones e instalaciones, buscó explorar y documentar la manera en que transitan grupos despojados de sus derechos sociales por las mismas márgenes de democracia.

Sin embargo, la opción de realizar sus estudios en Nueva York no fue la única razón para emprender su viaje. Él menciona el hecho de que haber nacido en una familia de clase alta en un país enteramente definido por las diferencias de clase social y económica lo mantuvo en una burbuja de privilegios a lo largo de su niñez y adolescencia. Sin embargo, el hecho de ser homosexual y vivir en un país dominado moralmente por la hegemonía de la iglesia católica (a pesar de ser un estado laico) le hizo habitar las márgenes en donde la sociedad conservadora relegaba todo lo que le era inaceptable, permitiéndole conocer otra dimensión de la diferencia social. Esa vivencia lo hizo ser crítico con la posición dominante a la que partencia por clase y eso lo motivo a romperla interponiendo la distancia necesaria para vivir según otros parámetros.

Respecto a esa decisión Carlos Motta dice: “Yo creo que no habría podido desarrollar mi potencial creativo, emocional o afectivo en Colombia en ese momento. Pero al mudarme a los Estados Unidos encontré un mundo diferente: pasé de pertenecer a una élite social en Colombia, a ser discriminado por mi acento al hablar el inglés, por ser colombiano, por mi nueva condición de migrante…”.
Ese cambio de perspectiva le permitió acercarse de otra manera, en su trabajo, a la relación de América Latina con el contexto de los Estados Unidos. Ahí comenzó a interesarse en artistas de América Latina que trabajan sobre sus problemáticas, pero vivían en Estados Unidos, como Luis Camnitzer. Eso lo impulsó a pensar críticamente en la posición que estaba asumiendo y en la voz que intentaba construir, para entender que ese cambio de lugar le aportaba una distancia favorable para plantear su trabajo.

Durante mucho tiempo Motta se enfocó en proyectos de carácter documental, activista e histórico –como los que han sido mencionados hasta ahora–, pero poco a poco fue prestándole más y más atención al legado colonial que subyacía a las diferentes formas de gobernanza, que se vislumbra en los componentes ideológicos y políticos que dan forma a la subjetividad, y que motivó la represión o supresión de muchas memorias históricas. Eso lo fue llevando a concebir proyectos centrados en el diálogo en torno a esas supresiones, así como a la revisión de las construcciones individuales y colectivas que conforman la subjetividad.
En 2016, cuando revisaba una serie de autorretratos que abordaban los conflictos que vive el propio cuerpo cuando se cruza con una construcción social y cultural que intenta determinarlo (que realizó cuando era estudiante al final de los años noventa), comenzó a buscar proyectos más intuitivos que documentaran de otra manera la experiencia, y por eso volvió a utilizarse como sujeto dentro de algunos proyectos.

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Carolina Caycedo nació en Londres pero de padres colombianos. Proviene de una familia que comenzó a emigrar desde los años sesenta. Ella cuenta que ha tenido familiares en Inglaterra, Estados Unidos, España e incluso Australia. Al terminar sus estudios de pregrado en arte en la Universidad de los Andes en Bogotá, viajó a una exposición en Europa y luego se quedó un tiempo en Londres, aprovechando que tenía familia ahí. Una de las razones que la impulsaron a irse fue que, a pesar de haber realizado en Bogotá varios proyectos artísticos con una recepción favorable por el campo artístico, sentía que tenía pocas oportunidades de trabajo y exhibición en Bogotá. Sus proyectos solían ser intervenciones urbanas de carácter participativo, como el Museo de la Calle o a Toda Mecha, que presentaban serios desafíos para la lógica cultural del campo del arte de ese entonces. Adicionalmente había vivido cambios drásticos en su entorno familiar lo que había debilitado sus ataduras personales. Ella se considera parte de la tercera ola migratoria que se dio a finales de los noventa y comienzos de los 2000, sobre todo hacia Europa (y particularmente a España), que según ella fue en gran medida protagonizada por una clase media duramente afectada por la crisis económica desencadenada por la entrada del neoliberalismo al país. En Londres realizó toda suerte de actividades, paralelamente a su trabajo como artista, que le permitieron envolverse en la en la vida cultural de la ciudad, en donde estableció una relación con otros artistas migrantes que vivían o pasaban por la ciudad. Allí pasó seis años y luego se radicó en Puerto Rico por otros siete años, para finalmente mudarse a Los Ángeles en 2011.

El paso de Inglaterra a Puerto Rico fue consecuencia de una residencia artística que realizó Caycedo en la isla en 2014, en donde surgió una relación sentimental que la mantuvo allí hasta que la situación cambió y pasó por un divorcio. Curiosamente suelen ser los vínculos sentimentales, más que las relaciones de trabajo, los factores que más fuertemente determinan que un artista decida establecerse en otro país.
Sin embargo, su traslado a Los Ángeles surgió por una atracción por la ciudad y por las oportunidades que representaba para su trabajo, que se cimentaban en la realización de una maestría que ofrecía una beca completa que le servía como base económica para comenzar en un nuevo lugar como madre soltera.

Respecto al hecho de vivir fuera de Colombia, Caycedo dice que responde a una mezcla de motivaciones personales y profesionales la idea de estudiar una maestría era poder “avanzar la carrera y obtener el requerimiento académico para poder enseñar…pero al final nunca he enseñado tiempo completo y me he podido dedicar 100 % a la producción artística”.

El carácter tan prolongado sus estancias en Londres, San Juan y Los Ángeles también se debió a que en cada lugar logró establecer una relación con interlocutores y colegas con quienes conformó una comunidad de la cual no solo han surgido proyectos artísticos sino fuertes relaciones personales que perduran hasta hoy. “Cuando vives fuera, la red de afectos y la red profesional se extienden a lugares insospechados”, dice.

El hecho de haber vivido en cada uno de esos lugares fue imprimiendo un acento a su práctica artística de tal manera que cuando estaba en Londres, su trabajo artístico se enfocó en las problemáticas asociadas a la migración y la subsistencia económica en situaciones de extrema precariedad. Cuando se radicó en Puerto Rico comenzó a prestarle mayor atención a lo escenarios decoloniales dentro del contexto geopolítico de intervencionismo imperialista. Curiosamente fue ahí en donde hizo sus primeros acercamientos a las epistemologías indígenas que han cobrado una importancia central en su obra durante la última década. Carolina Caycedo se impregnó de los rasgos culturales de los boricuas y con ellos exploró formas de “reclamar el espacio público, y la construcción de autonomías en diferentes niveles de la vida”. Desde que se instaló en Los Ángeles ha visto como la maestría le ha ayudado a “asumir procesos investigativos y a tomar decisiones estéticas con mas rigor.” Ella reconoce como la multiplicidad de voces, pensamientos y prácticas que se encuentran en esa ciudad ha permeado su obra de diferentes maneras y la ha llevado a prestar mayor atención a cuestiones como el racismo estructural.

Vivir en estas ciudades también significó para ella el acceso a personas, espacios y recursos económicos que le han permitido desarrollar su extensa carrera, la posibilidad de acceder tanto a circuitos internacionales como locales, y negociar con las jerarquías del sistema patriarcal del mundo del arte. Sin embargo ella señala que “es mi trabajo de campo en Colombia en los últimos años y mi relación con comunidades campesinas lo que me ha dado la base para mi trabajo en relación a la justicia ambiental. El nivel de sofisticación política y conocimientos ambientales de las comunidades indígenas y campesinas en Colombia es impresionante”.

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Andrés Orjuela es el más joven de este grupo de artistas. Luego de terminar sus estudios de pregrado en arte en la Universidad Nacional quería profundizar sus conocimientos sobre las concepciones y procedimientos que caracterizan las artes gráficas dentro del campo artístico. Después de indagar en muchos centros académicos de diferentes partes del mundo encontró en 2008 una Maestría en Artes Visuales, en la Universidad Autónoma de México, que involucraba el enfoque que era de su interés. Cuando terminó sus estudios pensó en regresar a Colombia, pero recibió una serie de comisiones para realizar proyectos artísticos en México por parte de unos coleccionistas privados, que le permitieron quedarse un año más. En ese momento pensó nuevamente en volver pero la UNAM abrió un nuevo doctorado en arte en el que fue admitido que lo mantuvo en el país por cinco años más. En ese lapso surgieron otros vínculos personales y profesionales con el país que lo llevaron a solicitar la residencia permanente. Después de casarse con una mexicana, ya no tiene interés en regresar a vivir a Colombia, aunque eso no significa que quiera romper el vínculo de su trabajo con el contexto cultural y político de Colombia.

Reconoce que México influyó en su trabajo “prácticamente desde el primer día” que recorrió sus calles. Por esa razón modificó sustancialmente el proyecto de tesis que había pensado para su maestría al encontrarse con los diarios mexicanos de nota roja y sus estremecedoras imágenes. Esa tesis marcó por varios años el enfoque que caracterizaría su trabajo como artista. En ese proceso creativo se interesó por las proximidades y disonancias que caracterizan la experiencia histórica y cultural de la vida tanto en México como en Colombia.

La obra de Andrés Orjuela se compone de pinturas y dibujos que producen imágenes únicas, como de la gráfica que genera piezas múltiples. El suele apropiarse de diversos universos visuales que surgen de revistas, periódicos, fotografías y objetos con los cuales construye sus imágenes. Actualmente está revisando el cine de monstruos de los años treinta y cuarenta que coincide con la época de oro del cine mexicano, que introduce otra perspectiva a las imágenes muchas inquietantes que ha explorado en sus diferentes proyectos en donde cruza las realidades de nuestros dos países.
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Pedro Gómez-Egaña, ha estudiado composición musical, performance y artes visuales en el Goldsmith College de Londres y en la Academia Nacional de Artes de Bergen. Se radicó en Noruega después de hacer su maestría y doctorado allá. Dado que él había vivido en Bogotá y Londres, había desarrollado un gusto por las ciudades grandes, y por eso nunca pensó que algún día estaría radicado en Oslo. Noruega terminó resultándole atractiva por razones que no podría haber conocido de antemano. En primer lugar, la escena artística le ha parecido más solidaria que competitiva. También menciona que “las instituciones parecen estar muy interesadas en colaborar entre sí y hay un aire de experimentación y renovación constante”.

Él considera que por tratarse de una nación que hace relativamente poco tiempo aumento su riqueza, resultó pertinente llevar a cabo importantes inversiones en los campos del arte y la cultura; y que adicionalmente el país parece haber sentido una gran necesidad de fomentar la identificación de diferentes voces “que contribuyan a la definición de la identidad cultural nacional”. Fuera del ámbito institucional, también valora altamente la manera como los artistas que viven allá, llevan a cabo sus diferentes prácticas, por eso dice que “la posibilidad de ser parte de un medio en búsqueda de identidad cultural, y que es receptivo a voces y prácticas diversas, ha resultado irresistible.”

Respecto a su trabajo artístico, dice encontrarse un medio artístico en que el mercado del arte es prácticamente inexistente (particularmente en el momento en que llegó al país). Por eso menciona que “la gran mayoría de la producción artística es financiada por el estado a través de diferentes becas, comisiones, contratos de trabajo y apoyos a proyectos”. Por eso, para los artistas noruegos no existe la presión por producir una “obra coleccionable”, o con materiales y dimensiones comerciales ya que el incentivo económico se garantiza antes y no después de la producción.

Sin embargo, los artistas en Noruega no están desligados de la lógica del mercado, pero a Gómez-Egaña sí le llama la atención que los artistas noruegos piensen que el mundo del arte global jamás va a gravitar en torno a lo que pase en el arte de ese país, lo que los hace muy receptivos a lo que pasa en otros lugares. En relación con todas estas circunstancias, él considera que ha sentido una cierta libertad creativa para explorar algunas dimensiones de su trabajo que probablemente hubieran sido menos factibles de abordar en otros contextos. Aunque crea que el mercado no necesariamente inhibe la manera de trabajar de un artista, reconoce que en Noruega ha podido desarrollar piezas que dependen de dimensiones temporales más cercanas a lo teatral que a lo expositivo, y ha podido realizar y exhibir piezas que son muy frágiles o difíciles de transportar.

Con el paso del tiempo, el mercado del arte ha tenido un poco más de presencia en Noruega, de modo que Pedro Gómez Egaña es representado desde hace un tiempo por una galería, además de trabajar como profesor de arte. Su trabajo artístico ha incluido instalaciones inmersivas, con sonido, performance y elementos interactivos, así como videos y esculturas que buscar indagar en la experiencia y comprensión que tenemos del tiempo.

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El trabajo de estos cuatro artistas pone en evidencia varias de las maneras en que los territorios geopolíticos y los contextos socioculturales, ya sean reales o imaginados, permean los procesos creativos de los aristas.

Jaime Ceron es crítico, curador y exdirector de las artes de IDARTES

El 17 de marzo de 2020, en plena pandemia, la revista ARCADIA que conocimos fue suspendida por decisión del Grupo Semana. No entendimos claramente lo que eso implicaba. Ese día, La Liga Contra el Silencio y los 15 medios con los que había tejido una alianza para romper el silencio y la censura en Colombia, supimos que el proyecto cambiaba de rumbo y que su director y la mayor parte de su equipo de trabajo habían sido despedidos.

En respuesta presentamos #LaArcadiaQueNoFue, una propuesta de los colaboradores de la Revista que quisieron publicar sus artículos, que ya no verían la luz, bajo el sello de La Liga. El buen periodismo -ahí el cultural-, ese que cabalga sobre terrenos inciertos, el que siguen haciendo periodistas, escritores y profesionales de distintas disciplinas, tiene su espacio aquí.

Los invitamos a este recorrido digital por los sitios de todos los medios que hacen parte de esta alianza y que, en forma de homenaje, han dispuesto sus casas para alojar los textos y las imágenes de #LaArcadiaQueNoFue.

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