De una manera ingeniosa y amigable con el ambiente los promotores turísticos del parque Tayrona lograron espantar a un caiman aguja que hoy alcanzó a generar pánico entre los bañistas presentes en una de las paradisíacas playas de este lugar.
«Cuando lo vimos salir del arbusto -donde al parecer se encontraba ocupándose de una necesidad fisiológica- el primer reflejo, lo que uno piensa, es ‘métele un tiro’. Pero menos mal esto de la conciencia ambiental ha calado y alcanzamos a reflexionar para encontrar alguna manera de ahuyentarlo pero sin causarle daño al animalito» aseguró Fabián Poveda, guía turístico, quien recordó el exterminio de babillas de los años 80 para venderlas disecadas como recuerdo, con sombrero y cigarrillo.
«Ahí fue que al compañero se le ocurrió aventarle los vendedores, que son muy buenos para espantar turistas».
En efecto, una cuadrilla de emprendedores independientes, como piden ser llamados, abordó al reptil a pedido de los presentes. «Fue una estrategia de ametrallamiento bien pensada: primero le ofrecieron bon ice, ante lo que el cocodrilo argumentó ser diabético; luego que la gafa, después que el coctel de camarones, ante el cual el bicho dijo que ‘ni de vainas, que el último lo había dejado cuatro días sembrado en el matorral’; de ahí pasaron al masaje tailandés, al paseo al acuario y playa blanca y, por último, lo que de verdad lo sacó de quicio, fue lo de las trencitas», concluyó Poveda.
«¿Cómo hijueputas me voy a hacer yo unas malparidas trencitas, partida de carevergas», afirmó, absolutamente salido de sus cabales y -en contravía de los preceptos biológicos de su especie- con la sangre caliente.
Tras estas declaraciones, terminó ganándose el cariño y el respaldo de los turistas, accediendo de mala gana a tomarse selfis con varios de ellos, como Juan Pablo Montoya en sus mejores épocas. Cuando su molestia era inaguantable, llegó al lugar un grupo de turistas de nacionalidad israelí con música electrónica a todo volumen y con visible intención de matonear a ‘la lagartija’, como para entonces ya era denominado el caimán.
Pero ya era tarde:
«¡Me largo, en la vida vuelvo a esta playa!», sentenció antes de perderse en las aguas del mar Caribe.