Publicado el por en Economía.

El confinamiento por culpa de la pandemia del Covid-19 ha obligado a miles de oficinistas a trabajar desde sus casas y a transformar las largas y aburridas reuniones presenciales por largas y aburridas reuniones virtuales.

Por más que los trabajadores remotos intenten simular las condiciones de una oficina, es imposible replicar todas estas características desde barrios residenciales, como lo hemos podido atestiguar cada vez que vemos un noticiero.

Según una encuesta de la firma Yarumo y asociados, el principal reto durante las videollamadas es silenciar el micrófono y simular una falla de conexión cada vez que pasa frente a la casa un vendedor ambulante de mazamorra paisa o rico y calientico arroz con leche con panela y queso, anunciando sus productos a grito herido o con una grabación que se reproduce infinitamente a través de un megáfono de 4000 vatios. Algunos, incluso, incluyen el mugido de una vaca cada 3 minutos.

El promedio de interrupciones es de 6 por hora en la mañana y 4 en la tarde, dependiendo, claro, los trayectos preestablecidos por los vendedores. Algunos entrevistados reportaron venta de aguacates con perifoneo desde las 6 a.m. a 2 p.m.

Otros productos ofrecidos puerta a puerta y con corneta son: eucalipto fresco o seco, tamales tolimenses, escobas, caucho para la olla express o frutas.

Con el fin de mejorar la salud mental de los trabajadores formales sin afectar las ventas de los informales, se firmó un pacto de convivencia entre las dos partes mediante el cual se garantiza la compra de un mínimo de productos a la semana con la condición de que, en esa calle, transiten en silencio.

El piloto, llevado a cabo en varias localidades de Bogotá, ha mejorado la productividad de los oficinistas a la vez que garantiza un sustento diario fijo a los vendedores puerta a puerta. Algo que el departamento de big data y estadística de Fenalco definió como un gana-gana.

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