Asegura tener un don especial y con el tiempo ha aprendido a utilizarlo en función del bien del prójimo. Martha Luz Ayala, nacida en Fusagasugá, se ha hecho conocer entre los motociclistas de la capital como la mujer que puede hablar con sus máquinas.
Cada vez es más solicitada por propietarios que no dan con el problema mecánico de sus aparatos, pero también por aquellos que han sufrido múltiples accidentes por maniobras inexplicables de sus motocicletas.
«Esto viene desde que era pequeña. Un día, a solas en el patio, mi triciclo mi habló. Me dijo cosas tremendas que no puedo repetir, pero lo importante no es eso sino la comunicación que establecí», afirma mientras descarta una llamada que entra a su celular. Es, dice, el dueño de una AKT que quiere saber por esta consume más gasolina los domingos por la tarde. «Luego lo llamo, sigamos», dice.
«Lo siguiente fue una vez que acompañé a un tío a un taller donde también vendían trastos usados. Apenas entré escuché todo tipo de voces. Al comienzo me asusté, pero, como le digo, ya la comunicación estaba entonces me relajé y les dije que, por caridad, una a la vez. Me contaron que las trataban mal, que varias se las habían robado a su legítimo dueño y que ‘etaban tites’, que a otras no las lavaban hacía más de un año y que a la mayoría les metían aceite usado, lo cual les producía una acidez y unos cólicos atroces».
Ahí mismo le dije a mi tío, que también era mi padrino, que nos fuéramos de ahí. Él no entendió bien, pero como siempre me ha querido mucho y me ha alcahueteado todo, me hizo caso y nunca volvió. Desde entonces y gracias a Internet pudo ofrecer sus servicios.
«Yo cobro lo que cada cliente me pueda dar y no siempre efectivo, me gusta mucho el trueque. Muchas veces si el cliente es mensajero pues le pido que me haga una consignación. Si trabaja en una droguería con inyectología, le pido que me inyecte la insulina -sufre de diabetes- o si es en una pizzería, que me guarde los bordes que deja la gente. Acepto que una vez le pedí a un joven que andaba por malos pasos con su moto que me cobrara una platica que me debía un cuñado malaclase, pero prometí no volverlo a hacer. Es que esto no es para hacerse rico, si tú pones un don que Dios te dio en función de tu riqueza material él luego se encarga de castigarte».
Asegura que desde que llegó a Bogotá, con frecuencia va en un carro y en los semáforos escucha cómo las motos se le quejan. «Me dicen que se sienten discriminadas, que los dueños de vehículos las miran por encima del hombro y que les botan tremenda mala vibra, lo cual las afecta. Esta ciudad no ha sido consciente aún de la cantidad de motos con trastornos como depresión y ansiedad, es un problema que le va a reventar al próximo alcalde», advierte. «Usted no se alcanza a imaginar lo que sufre la mayoría de las AKT porque la gente de una las asocia con ese tal JBalvin, el del negocio socio».
Recuerda el caso de un escolta que todas las semanas se accidentaba, «me decía que era rarísimo, que iba a velocidad normal y de repente ella paraba y él salía disparado. Me la trajo y apenas me vio, era una Suzuki V Strom 650, me dijo que era que el no había entendido que ella era una chica mimada, que el dueño anterior la malacostumbró a siempre echarle aditivo a la gasolina y que desde que él la tenía se sentía muy mal, le hacía mucha falta y esa la única manera que tenía para comunicarle su inconformidad, que la perdonara».
Asegura haber visto y oído de todo. Recuerda en particular el caso de una Harley Davidson que no quería prender. «Resultó que el dueño anterior era un polémico empresario que, imagínese, abusaba sexualmente de ella. Eso, como es natural, la había traumatizado y no quería por nada del mundo echar a andar. Con ella fue duro, como tres meses de conversación y terapia hasta que logramos superar el trauma».
Por último, no acepta, pero tampoco desmiente del todo lo que sus allegados nos comentaron respecto a futuras aspiraciones políticas. «Pues mi diosito me puso aquí para servirle al bienestar de ellas, y si para lograrlo me toca meterme a la política, pues ahí veremos, pero por ahora siento que mi misión está es acá, en mi labor diaria mejorando la vida de tantas moticos atormentadas que andan por la calle. Eso me hace sentir plena».