Con el fin de mostrar una ciudad a tono con los preceptos fundacionales de la economía naranja la alcaldía de Bogotá en convenio con el Ministerio de las TIC anunció hoy que el tradicional y céntrico Parque de los periodistas a partir del próximo 15 de julio, día mundial del influenciador, pasará a llamarse «Parque de los tuiteros».
«Es un esfuerzo para arrastrar a Bogotá a nuevos y mejores tiempos. Hay que dejar atrás todos esos lastres reales, simbólicos, mentales y toponímicos que no nos permiten alzar vuelo hacia el cielo del emprendimiento infinito», declaró un vocero de la alcaldía. «Comencemos porque los periodistas están en riesgo mayor de extinción que el mismo oso andino, de hecho tenemos registro de una campaña de osos solidarios de Chingaza para preservar periodistas».
Las bancas, que llevan nombres de grandes referentes del oficio como Richard Kapusckinscki, Gay Talesse, y Gabriel García Márquez ahora llevarán nombres de tuiteros de alto rendimiento y amplio reconocimiento como: @sabrosopopocho, @soy_tu_panda y @zombi_rural.
«La idea es que quienes visiten el parque se sumerjan en una experiencia tuitera, es decir, que dramaticen, que se victimicen, que sus opiniones sobre los temas se congelen en el tiempo y pierdan la capacidad de escuchar a los demás al tiempo que estén convencidos de que todos los demás viven para escucharlos. Que se sientan por un momento el ombligo de este y todos los universos».
Pero no todos están conformes con el cambio, en particular los vecinos. Temen que desvalorice el sector. Así piensa Luis Eduardo Parra, residente de un edificio aledaño al tradicional parque:
«Ese tuiter es peor que el bazuco. Yo estaba contento con el parque como era, con sus marihuaneros que uno puede que no compartiera sus gustos pero con el tiempo como que les cogía cariño. Vivían en su mundo, riéndose y no se metían con nadie. Al contrario, le celebraban a uno todo. Se metían un bareto de vez en cuando. En cambio estos tuiteros viven conectados a su droga y son personas intratables, cada que paso es a pedir que los siga y sí, yo arranco a caminar detrás del que me pide, pero como que no es eso y se molestan. Después a explicarme por qué pienso lo que pienso por qué vivo cómo vivo, por qué hago lo que hago con mi vida a decirme que está mal y luego a cómo hacer para ser igual a ellos y así salvar el mundo, se creen como decíamos en mi juventud, ‘la última Coca Cola del desierto’, no lo dejan a uno en paz y no se les puede decir nada porque ahí mismo se van delicando y hasta cortándose las venas».
De acuerdo con Parra está María del Carmen Torres, también residente del sector: «ay no, esto es fatal, yo sí no quiero que Steven, mi hijo de tres, crezca viendo este ejemplo. ¿Todo lo que uno les invierte en tiempo, educación y paciencia para que terminen de tuiteros o, peor, de influenciadores? «Es que eso peor que una olla, mírelos: todos hablando durísimo creyendo que los demás los escuchan, jua».
Parra, por su parte, remata: «Eso es mucho vicio para el barrio. Mire, yo a veces me emberracaba y le quitaba a los bazuqueros la pipa y sí, se molestaban, pero no pasaba de ahí. Qué día le quité el aparato a un tuitero y viera esa furia, me amenazaba con pegarme, con maltratarme, con volverme tropical tender».