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Rubén Darío Zuluaga Gaviria, un hombre de 30 años natural del Poblado Parce, quien se define a sí mismo como más uribista que Uribe, quiere borrarse el único tatuaje que lleva en su piel: una inmensa imagen del expresidente y senador Álvaro Uribe, inspirada en el divino niño que cubre todo el lado izquierdo de su pecho, acompañada de la leyenda “Yo reinaré”.

Tras las recientes declaraciones de la policía nacional, según las cuales el tatuaje está asociado de vagos y drogadictos, y la nueva política del uribismo de penalizar la dosis personal, Gaviria manifestó: Estoy que me borro el tatuaje, pero todavía no encuentro quien me lo borre como yo quiero. He llamado a todas las clínicas estéticas de Medellín, que son más numerosas que las panaderías Tostao y nada. Me dicen que eso es con un rayo láser y yo todo lo que me suene a rayo homosesualizador lo tengo descartado: ¿qué tal que sin el tatuaje y sin mi presi en el corazón firme me vuelva homosesual? Pero tengo que encontrar la manera de borrármelo para que no me digan vago marihuanero petrista.

El caso de Rubén es solo un ejemplo del drama que viven miles de colombianos tatuados, muchos de los cuales han convertido el clásico tatuaje de la hoja de cannabis en prósperas palmas de aceite.

“Me voy a quitar este tatuaje, así como me lo hice, duélale a quien le duela, o sea a mí”, puntualizó Gaviria armado de una esponjilla Bon Bril.

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