Publicado el por en Bogotá.

Las labores de exploración comenzaron en enero y se prolongarán hasta junio. Foto: Daniela Garzón
Las labores de exploración comenzaron en enero y se prolongarán hasta junio. Foto: Daniela Garzón

Ante la crítica situación que afronta en materia de infraestructura física, la Universidad Nacional tomó a comienzos de año una decisión que promete levantar ampolla.

Por decisión directa de la rectoría, en diciembre se contrató con una reconocida firma de ingenieros de petróleo un estudio para establecer si en el subsuelo de la ciudad universitaria se detecta presencia de yacimientos no convencionales de petróleo o gas que puedan ser explotados mediante la polémica técnica del fracking.

«Sabemos que esto encarna riesgos sísmicos y de contaminación del recurso hídrico. Pero es que si tenemos éxito estaríamos hablando de recursos que nos permitirían contar con laboratorios con tecnología de punta coliseo multipropósito, piscinas olímpmicas, incluso se podría someter a cirugías estéticas a 12 estudiantes para tener nuestro propio grupo de porristas o importar de Corea unos lanza piedras en carbono para los capuchos a quienes además se les podría dotar de capuchas con tela clima-cool», afirmó una alta fuente administrativa que pidió reserva de su identidad.

«Qué te digo sobre los riesgos… A ver,  tenemos la certeza de que, dado el estado de cosas actual, estos pasarán desapercibidos. Las deficiencias estructurales de los edificios hacen que se sacudan con el aterrizaje de una paloma, así pues, un eventual temblor provocado por estas exploraciones será uno entre miles. Por su parte, el que todavía funcionen tuberías en acero que datan de 1930 garantiza un nivel de contaminación del agua por presencia de metales de alto grado de toxicidad y radioactividad que jamás lo igualará la contaminación por minerales que podría eventualmente producirse por los trabajos en cuestión».

Aunque todavía no se tienen resultados oficiales, ha trascendido que estos pueden ser muy prometedores. La razón pasa porque  la exposición por tantos años del suelo a gases lacrimógenos habría permitido que tras su absorción y una serie de reacciones que habrían ocurrido al entrar en contacto con elementos presentes en el subsuelo se habrían convertido nada menos que en gas de esquisto, del cuál existirían abundantes reservas sobre todo en las zonas de las entradas de la NQS y de la calle 26.

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