Publicado el por en Aunque usted nos lo crea, Historia.

La imagen corresponde al recordado “Coronel Plazas 001” cohete prototipo del proyecto piloto de la fallida Agencia Aeroespacial Colombiana, AAC, creada en 1986 durante el Gobierno de Belisario Betancur como parte de su política de alfabetización, ciencia y tecnología pero también para cumplir con la que fuera una de sus promesas de campaña.

«Una tarde en plena campaña, ya con sus tragos encima, en Ocaña, dijo que si él ganaba Colombia tendría su propia Nasa. Belisario era muy de cumplir lo que prometía, cosa rara en un político. Yo creo que él creó la agencia más para tener la conciencia tranquila de que había cumplido, pero que de verdad pensara en mandar algún cacharro al espacio, lo dudo. Es que si no había con que hacerle la revisión anual a los Mirages, cómo diablos íbamos a montar proyecto espacial, era una locura», asegura el profesor Vicente Franco, historiador y autor de la tesis «El proyecto espacial colombiano: del sueño a la pesadilla e intermedias».

En campaña, Belisario promovió la idea del proyecto espacial colombiano.

«Eso era un amigo borracho de Belisario, de Amagá; eran, por lo tanto, paisanos. Se la pasaba por el centro y el CAN con un maletín como de piel de runcho, decíamos, el caso es que era horrible. Adentro cargaba plan que dizque para sembrar café en Venus. Venía una vez al mes al comienzo. Funcionario que la había embarrado, su castigo era recibirlo para aguantarle la lora. Y el olor. Acá molestábamos que era el verdadero primer ambientalista de Colombia y que había que condecorarlo: jamás gastó agua en aseo personal. En fin, yo creo que él algo le tenía a Belisario que medio lo chantajeaba, porque Belisario le siguió la cuerda con lo de la agencia espacial hasta donde pudo», asegura, por su parte, un exfuncionario de Palacio de aquellos tiempos.

Belisario revisa los planos del centro espacial Antonio Ricaurte de Puerto Salgar.

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«Citando a Protágoras: que las constelaciones sean notarias que autentiquen los anhelos colectivos de una nación. Colombia es un sueño demasiado grande como para que lo límite la bóveda celeste. Es hora de proyectar nuestro futuro hacia el infinito y más allá. No queremos la osa menor, queremos la osa de anteojos mayor (aplausos rabiosos)». En estos términos planteó el desafío Betancur en el discurso que dio en el lote vacío de la base aérea Germán Olano, mejor conocida como ‘Palanquero’, en Puerto Salgar, Cundinamarca, donde se iba a levantar el centro espacial criollo Antonio Ricaurte, a quien los asesores de Betancur calificaron como el pionero de la ingeniería aeroespacial colombiana: «fue el primer compatriota en volar, y lo hizo en átomos, ¿qué más quieren?» argumentaron entonces.

Dicha intervención es recordada sobre todo por los fanáticos del fútbol.

«Fue una vagabundería: por ponerse a pelear con Jaime Michelsen y porque Juan Guillermo Ríos que tenía un hijo fanático de la Guerra de las galaxias que le metió el embeleco del espacio fue que Belisario decidió que mejor dedicar esa platica a lo de los coheticos esos de pipiripao que por supuesto nunca despegaron. En el discurso ese famoso de Palanquero fue que Belisario dijo esa nefasta, repito, nefasta frase de que Colombia debía ser conocida por alcanzar el espacio y no por llenar un oscuro cartapacio, en alusión al famoso cartapacio de exigencias de la Fifa para hacer el Mundial del 86. Fue un poco en clave, pero todos los que estábamos pendientes del tema agarramos el mensaje ahí mismo. Cuentan que de los que estaban allá ‘Pacho’ Tulande fue el único que la captó y rompió en llanto ahí mismo porque él sí que estaba ilusionado con lo del Mundial, todos lo miraron raro, hasta de maricón lo acusaron en el vuelo de regreso a Bogotá en el Fokker», rememora el comentarista deportivo Iván Mejía.

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El componente propulsor del «Coronel Plazas»  era el poderoso motor Santa Bárbara, creado por los mejores polvoreros de Villa de Leyva bajo la dirección de Miguel Ángel Bermúdez, mientras que la aerodinámica fue el único fruto de un fugaz convenio entre el Sena y la Nasa, resultado de la fugaz visita de Ronald Reagan a Bogotá en 1982.

Debió haber sido lanzado al espacio en 1995 portando el satélite Cochise II. «Le pusieron Coronel Plazas solo para tener contentos a los militares. Eso ya fue en el Gobierno de Barco cuando arrancaron el proceso con el M-19 y ahí mismo los militares pusieron el grito en el cielo. Barco, que podría ser despistado pero no por eso viejo zorro, los contentó y les propuso que a cambio de dejar de molestar él se encargaría de mandar a Plazas no a la Picota, sino a la estratósfera», añade Franco.

La función principal de dicho artefacto debía ser la de facilitar la comunicación entre los CAI de todo el país; entre los móviles y las centrales de las empresas de taxis y registrar imágenes aéreas de los trancones de las operaciones retorno de los puentes festivo, sobre todo aquellos a la altura del Boquerón, en la vía Bogotá-Melgar. Un canal exclusivo para garantizar el blindaje de la señal de cada edición de Miss Universo también iba a ser posible gracias a Cochise, que tendría conexión permanente con la estación terrena de Chocontá y el Cerro Manjui.

Belisario saluda al primer director de la AAC durante la ceremonia en la que puso la primera -y última- piedra del Centro Espacial Antonio Ricaurte.

Los vuelos tripulados eran el segundo paso lógico en esta epopeya. El primer vuelo experimental tripulado iba a tener como comandante a un perro criollo llamado Betiber.

«Yo estuve una vez en la Agencia. Puedo decir que aunque había algunos jóvenes recién graduados de la Javeriana que querían hacer cosas y, bueno, lograron armar no se cómo los tres cohetes: el CoronelPlazas, el HappyLora 002 y el RobertoGuerrero 003, eso era, seamos francos, una ‘recocha’. Con decirte que llegaron a meter en la contabilidad gastos en voladores que echaban borrachos en la finca de Fonnegra en Tolú diciendo que eran cohetes livianos no tripulados, me perdonas, pero coman mierda, eso era mucho descaro», declaró un exfuncionario de Planeación Nacional de la época que conoció de cerca el nacimiento e inmediata decadencia del proyecto.

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Y es que, por desgracia, esta bella y sobre todo patriótica iniciativa fue presa de las fauces insaciables de los corruptos, los de ayer, los mismos de hoy, qué más da. En 1989 una investigación de la revista Semana descubrió que el senador liberal Felix Fonnegra se había apropiado el equivalente a ocho millones de dólares de auxilios parlamentarios supuestamente destinados al sueño espacial colombiano. Fonnegra, patriarca del clan que llevaba su apellido, controló por años la burocracia del Instituto de Asuntos Nucleares y no tardó en extender sus tentáculos a la Agencia, apenas días después de su creación.

El Coronel Plazas 001 en su ubicación actual: parque Jaime Duque, Tocancipá, Cundinamarca.

Aseguran quienes allí laboraron que el cargo de director científico de la entidad lo ocupó un exconcejal de Moñitos, Córdoba, que aseguraba haber enseñado ciencias en segundo de primaria en un reemplazo temporal del profesor titular.

En el trabajo periodístico también salió a flote que este prototipo había terminado en la Hacienda Nápoles de Pablo Escobar junto con el HappyLora 002. Mientras este último fue incinerado accidentalmente por miembros del Cuerpo Élite de la Policía en 1990 (un testigo asegura que bajo los efectos del licor ‘se les metió en la cabeza que eso todavía andaba y terminaron fue echándole candela’), el que apreciamos en la imagen principal de este artículo fue rescatado y hoy se exhibe -dolor de patria mediante- en el parque Jaime Duque de Tocancipá.

Nadie sabe cómo llegó el CoronelPlazas a la Hacienda Nápoles.

El tercero de los cohetes-prototipo, el RobertoGuerrero 003, fue obsequiado al gobierno ecuatoriano lleno de café en diciembre de 1989 en agradecimiento por el triunfo de su ya eliminada selección de fútbol contra Paraguay por las eliminatorias a Italia 1990, victoria que le permitió a Colombia ganar el grupo y conseguir el cupo al repechaje contra Israel, del que salió airosa. Hoy en día sus restos permanecen a la intemperie en un lote a las afueras de Guayaquil.

Un decreto firmado por César Gaviria en septiembre de 1990 con fines de ‘reingeniería de la gestión estatal’ y que incluía el cierre definitivo de varias entidades que resultaban en extremo onerosas para el erario fue el entierro de tercera del que alguna vez fuera un sueño compartido por todos los colombianos sin distingo de clase, etnia o ideología, desde la Guajira hasta el Amazonas.

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