Una pequeña revolución se vive en la escena de la fotografía colombiana por cuenta de uno de sus integrantes que ha tenido el coraje necesario para romper paradigmas y situarse en la vanguardia de la posvanguardia.
La razón de tanto alboroto tiene que ver con la decisión del protagonista de esta historia de no publicar ni una sola de sus obras en redes sociales. No tiene cuenta en Instagram, ni en Facebook, ni en Pinterest ni la tuvo en su momento en Flickr.
A duras penas tiene un correo de yahoo por el que responde una sola entrevsita anual, y, sobre todo, para efectos contacto y confirmación de número de cuenta bancaria a la que le hacen llegar los giros con varios ceros a la derecha que recibe a cambio de su trabajo.
El caso es que son cada vez más los casos de críticos y personajes de la escena que descrestan a su círculo cercano asegurando haber conocido su obra, pero todos, uno tras otro, han hecho rápido tránsito del pedestal a la ignominia al dar una descripción de la misma diametralmente opuesta a la que han dado los restantes supuestos conocedores de la misma. Resumen: no existe, al menos hasta el momento de escribirse estas líneas, nadie en el país que pueda decir con pruebas sólidas que la conozca.
Críticos que han tenido comprobada aproximación lejana a su trabajo han escrito en revistas especializadas que estamos ante el llamado a marcar un antes y un después en la posmodernidad fotográfica toda vez que ha logrado revelar una obra sólida sin haber revelado un solo rollo. Es decir, una auténtica “no-revelación”.
Aunque nadie, hasta hoy, había visto su trabajo, el mismo ya ha llamado la atención de las más prestigiosas galerías de París, Chicago y Pekín.
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