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La historia de los ciclistas humildes que vencen la pobreza recorre una nueva etapa; un capítulo que no se escribe esta vez en las carreteras de las montañas de Antioquia o Boyacá, sino en las calles de las grandes ciudades, donde miles de domiciliarios tratan de escalar la inclinada cuesta de la pirámide social desde las bases inciertas de la precariedad laboral.

En el viejo continente, los organizadores de las grandes vueltas ya lo saben, han encontrado en los ciclistas urbanos, las condiciones para perpetuar la estirpe de Nairo, Rigo y Egan Bernal.

Todo comenzó con el cazatalentos Bob Ratcliffe, quien descubrió al abrir su maleta en Bogotá, que su mujer no le había empacado el desodorante. Afortunadamente, la recepcionista del hotel en el que se hospedaba el inglés, llamó a las 3:25 de la madrugada a un Rappitendero que, en un tiempazo digno de una contra reloj de una gran vuelta, le entregó el desodorante a Ratcliff apenas 6.37 segundos después.

“Entonces me di cuenta de que todo era más fácil, los ciclistas ya estaban seleccionados, entrenados y hasta uniformados. Si logran hacer ese tiempo con ese frío, a esa hora, con esas bicicletas y ese anti aerodinámico maletín, no me imagino lo que podrán hacer en los Alpes, donde además tendrán seguridad social.” relató Ratcliffe.

Por su parte, Boris Buenahora, vocero de los ciclistas de Uber Eats comentó: aplaudo la iniciativa de los que nos quieren llevar a Europa, es que acá la cosa está de p`arriba. Mire, ayer no más, subí cinco veces al mismo apartamento en Chapinero Alto, todo porque un gomelo enguayabado pidió una hamburguesa, luego tuve que volver porque venía sin papas, luego otra vez porque no venían las salsas, otra vez más porque no llevaba servilletas, y como hizo el pago en efectivo y yo iba sin sencillo, me figuró regresar.

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